Sobre mí

Desde pequeña siempre me ha fascinado el comportamiento humano. Era observadora, callada, algo vergonzosa, pero con una curiosidad constante por entender por qué las personas actúan como actúan. Cuando llegó el momento de elegir carrera, lo tuve claro: quería algo que me permitiera aportar a la sociedad y acompañarlos en ese proceso. Así fue como elegí Psicología.

Me trasladé a Murcia para estudiar y fue allí donde empecé a explorar las diferentes ramas de esta profesión: clínica, penitenciaria, social… Pero fue durante una experiencia de voluntariado en una asociación de daño cerebral cuando descubrí un área que me marcó profundamente: la neuropsicología. Ver de cerca cómo una lesión puede cambiarlo todo, pero también cómo la intervención puede reconstruir, me llevó a enamorarme de esta área.

Cuando terminé la carrera, mientras estudiaba el Máster en Psicología General Sanitaria, me lancé también a preparar el PIR. Tras varios intentos, sentí que necesitaba un respiro. Dejé la psicología y trabajé en otro sector completamente distinto. Aunque no me llenaba, me enseñó mucho sobre la vida real y cómo relacionarme con todo tipo de personas.

Y entonces llegó uno de los años más duros de mi vida: la enfermedad y el fallecimiento de mi padre. Ese proceso vital me sacudió por dentro y me ayudó a reconectar con lo que realmente amaba. Hice las maletas, volví a mi ciudad, y con el corazón roto pero el foco claro, retomé mi camino. Me formé en neuropsicología y comencé a dedicarme plenamente a lo que siempre había querido hacer.